martes, 14 de octubre de 2014

Volvo Ocean Race



Cuentan más de mil barcos apiñados en el agua, más de veinte mil personas en el village del puerto. Todo un espectáculo.

Me pregunto de dónde me vendrá esa fascinación por la navegación a vela, tan extraña a mis orígenes, tradición o cultura. Pueden ser las sensaciones que he percibido del silencio y la grandiosidad de la mar, los toques que permanentemente te da cuando te crees que sabes o controlas más de lo necesario, la intensidad de relación con los que te acompañan abordo... no tengo ni idea, y temo caer en intelectualizarlo cuando debe ser algo mucho más primario.

Desde hace más de treinta años he navegado en barcos de otros, he pasado muchas horas en mi catamarán o el moth cuando los tenía, y cuando, por fin, tuve mi propio barco me paraba una hora en él todas las tardes antes de llegar a casa.

Ahí fue donde, tal vez, sí percibí con mucha más precisión lo que supone "mi barco": prestar atención a mil detalles, mejoras, mantenimientos y todo tipo de optimizaciones que sí son más cercanas a mis propias paranoias. Este fin de semana, en el que me he metido de nuevo entre tanta gente de aquel ambiente, me ha hecho recordar los años en que fantaseaba con vivir en un barco, al menos en períodos de seis meses. El barco estaba localizado, sus planos, su historia, lo que habría que hacerle y hasta las listas de lo que estaría en cada uno de sus tambuchos.

Luego, la constatación de que hay que tener más capital y mejor forma física de la que tengo para las exigencias de esa vida, junto con el descubrimiento de otras maneras igual de pacíficas de disfrutar tierra adentro, han arrinconado aquel sueño, pero sigue en mi archivo y lo acaricio de vez en cuando por su belleza objetiva, aunque ya no forme parte de mis planes.

Gracias a la gente de Volvo por haberme permitido estar con ellos en primera línea de la salida y por las muestras de cariño que he sentido.