El otro día me decía Rafa que está viendo abundantes casos de distanciamiento en las relaciones entre personas muy cercanas a cuenta de las discusiones
políticas. Como Rafa es muy muy buena gente, me dice que es porque “la política nos toca muy de cerca”, pero
yo pienso con frecuencia que Rafa es demasiado buena persona, y no creo que la
cosa vaya tanto por ahí.
Decir que hay irritación en el ambiente no es ningún
descubrimiento, pero la irritación sabe amoldarse a según con qué personas
estamos hablando; digo hablando refiriéndome a “El Tema”, esa especie de
campana movida por las opiniones políticas y amplificada con sesgos no siempre
decentes por los medios de comunicación, esa conversación política en la que
parece que todos somos doctores, y en la que repetimos consignas con más o menos
naturalidad.
¿Por qué ahora puede llevar a desunir a personas queridas?
Le doy vueltas a la cabeza y se me ocurren varias posibilidades:
1.- Porque se confunden
las ideas con el mensajero. Se personalizan los temas en función de quién
lo dice, y sus dotes de simpatía o antipatía modifican inmediatamente
al mensaje.
Me parece extremadamente corto. Una idea es buena o no en
función de sí misma y de su aplicabilidad al contexto al que se dirige. Los
voceros de esas ideas pueden ser brillantes, ejemplares, intachables… o no necesariamente,
pero eso no invalida la idea.
¿Tiene algún sentido destruir la idea porque quien la
pronuncia hizo algo con lo que no se está de acuerdo, que es incoherente con lo que
pronuncia o, incluso, es rematadamente vergozoso? Si los que tienen la voluntad
(o tal vez la ambición) de enarbolar banderas tuvieran que ser necesariamente
seres virginales, y ahí me valen todos los bandos, seguramente nadie estaría
autorizado a subir a una tribuna.
Esta razón no es muy contundente, pero es sólo una de ellas.
2.- Porque se confunde a
los ricos con los poderosos. Y se hacen bandas en función de un status
social. Es cierto que muchos poderosos son ricos, no todos, y es así porque muchos han
usado su poder para atesorar bienes, pero no es una ecuación fija.
¿Son poderosos todos los ricos? En absoluto, alguien puede
ser rico por la fortuna de una herencia, por el esfuerzo de su trabajo o por la
genialidad de sus ideas, y el dinero que así ha conseguido no tiene por qué ser
un estigma.
¿Son detestables todos los poderosos? En absoluto, alguien
puede usar su poder, en el ámbito que sea, para hacer el bien, para generar
riqueza, para mejorar la sociedad en la que vive, para legislar con cordura.
¿Alguien tendría algo que perder en el futuro? Y hablo de un
futuro independientemente de las opciones ganadoras en cualquier turno de
gobierno. Pues sí, tendrán algo que temer desde ya mismo los que se han hecho ricos
indecentemente, saltándose las leyes o perjudicando a alguien, o los que han
usado su poder para realizar injusticias, dañar a alguien o perjudicar a la sociedad. Me parece que las
personas que tuvieran algo que temer por estas causas deben seguir temiendo,
sea quien sea quien rija los destinos del país, porque han hecho algo que es
reprobable por encima de las leyes escritas, han hecho lo que se llama, simplemente, el
mal.
3.- Porque se confunde el
cómo me va con cómo le va a la sociedad. Es entendible una reacción
conservadora que asocie el “me va bien”
con que “el entorno es bueno”, pero esa ceguera no puede dejar de ver que la sociedad está padeciendo dificultades y sufriendo
por la injusticia. Siendo esto así ¿cómo voy a mantener que es mejor dejarlo todo como está?
Otra cosa es que a alguien le vaya bien porque se está
aprovechando de circunstancias propias de los malos ricos o los malos poderosos,
entonces sí que es difícil que pueda justificar su bonanza personal olvidando egoístamente
cómo el origen de tal bonanza es lo que hace sufrir a otros muchos.
4.- Porque se confunde lo
malo con lo normal. De acuerdo, el ser humano es imperfecto, es capaz de
grandes aberraciones y puede que tenga ciertas tendencias que más valdría
corregir, o ser controladas por leyes disuasorias. Pero de ahí a resignarse
con que, dado que es la tendencia natural, es admisible que alguien sea
injusto, me parece un tratamiento bastante torticero en contra de lo que deberían ser
valores incontestables. Y el ser humano también es genial.
En estos tiempos de crisis se ha utilizado mucho el término “descontar”, como si todo pudiera ser
tratado igual que una letra de cambio: He descontado el soborno de los
presupuestos de mi proyecto, he descontado la economía sumergida del PIB, he descontado
el fraude del flujo de tal bien…
¿Por qué esa resignación? Sólo se me ocurre que la defiendan
los que sí se benefician de ese mal ¿Es eso algo que defiende alguna opción
política?
Y con confusiones tan simples nos perdemos en discusiones
que nada tienen que ver con la justicia ni con el sentido común. Esa
irritabilidad nos hace convertir las conversaciones en confrontaciones, nos
arrojamos a la cara consignas que están traídas por los pelos y coreamos
miedos, símbolos y tópicos olvidando algo tan simple como lo que estamos
defendiendo… y a quién tenemos delante.
Sí, podemos perder la capacidad de conversar cuando hacemos
a alguien responsable de lo que puede pasar por las ideas que tiene. Lo que
puede pasar pasará por mil circunstancias, no sólo porque yo defienda unas
ideas y apoye ciertas opciones.
Podemos perder la capacidad de conversar cuando nos apoyamos
en la historia equivocada o mal contada, cuando las referencias que usamos del pasado no
encajan con nuestro presente, cuando pretendemos forzar con una palanca los
nombres, las cifras y los hechos.
Desde luego, perdemos la capacidad de conversar cuando, en
el intercambio de opiniones, alguien dice “¡no me jodas!”. Ahí está el punto. Cuando se habla no se quiere
joder a nadie, y esa expresión desautoriza la diferencia.
Y la diferencia en los naipes que se reparten es lo que
permite jugar
David Hockney "The conversation" 1980
Y el patio de la escuela de teatro de la Sala Mirador