Desaparece Salazar, como Matey o el Bazar León, La Bearnesa, Sandalio el carbonero, la vaquería y la Casa de los Bastones de Apodaca, la chatarrería de La Corredera, El Anciano Rey de los Vinos, Mazón, Corripio, los Sagrados Corazones y Los Maristas.
Y muchas más, pero no es un tsunami, algo queda con la Farmacia del Águila, el Servicio Doméstico y un Comercial.... que no sé yo, me parece tan falsote como los supervivientes de aquella docena de cines del barrio.
Todo desaparece, como yo también lo haré, sin que el mundo deje de girar sobre su torcido eje. No necesariamente en aras de algo, no para dejar sitio a algo. Simplemente se convierte en polvo y se lo lleva el viento. Lo normal, supongo que tendrá algo de lógica, pero lo que no tiene es un gramo de sorpresa.
Quedan recuerdos ligados a situaciones en color sepia, melodías o palabras. De Salazar me queda lo que los estudiantes de la casa decíamos al salir por la puerta de la tienda: "Apúntemelo a Zugasti". En aquella época las tiendas te apuntaban las compras para facturarlas a final de mes, y jamás compramos algo innecesario ni nos cargaron algo que no nos correspondiera.
"Apúntemelo a Zugasti" se decía con la naturalidad de un "hasta luego", y a mis colegas del colegio les parecía una fórmula fascinante, como algo mágico. Visto desde aquí, ahora, sí que era magia.
Hay frases de aquella época, de aquel lugar, que sin tener épica alguna nos quedan grabadas, como la asombrosa retahíla de otro fantástico clásico del barrio: La Ortopedia Alonso. He aquí lo que he recuperado:
"Alonso-Sucesor-Alfonso. Ortopédico constructor, taller propio. Piernas, brazos artificiales, corsés de celuloide, bragueros. Medallas de Oro en Madrid, Zaragoza, París y Milán. Ortopédico del Hospital Militar, proveedor del Cuerpo de Inválidos y de la Compañía de Ferrocarriles".
Tenía su estilo, es innegable.
Las imágenes son de salir.com
y entredosamores.es