El shock en tan fuerte que tardas más de lo debido en apreciar la enormes ventajas que aportan estos lugares: la flexibilidad, la paciencia, la baja irritabilidad, las redes de ayuda...
Te choca que las direcciones no sean por el nombre de la calle y el número, sino por la proximidad a un bar, que se supone que conoces, detrás del estanco o en un lugar con el nombre que tenía popularmente en el siglo XIX y que el navegador desconoce.
Debes entender que se pare un coche (y todo el tráfico de la calle) para saludar a un amigo.
Nadie se extraña si compras o consumes algo y ya volverás a pagarlo en otro momento.
Los vecinos te riegan las plantas cuando te marchas y comparten contigo sus especialidades culinarias.
Si tienes una emergencia puedes mover hilos para ser atendido enseguida.
En fin, hay todo un proceso de adaptación más o menos largo o duro, pero tienes las ventajas a la vista si no te obcecas en hacer comparaciones que no tienen demasiado sentido.
Este escaparate que vi ayer es toda una demostración de que la ciudad pequeña es para quien se la conoce e interpreta su lenguaje privado, y hay que poner mucho interés en hacerte merecedor de su acogida.