Ya casi en el techo de este Camino, mañana lo alcanzaré con sus 1.450 m. Podría haber sido hoy, pero hay varias circunstancias a tener en cuenta:
1.- La montaña rusa. Este Camino, en su parte de La Pernía, o comarca de la alta Montaña Palentina, tiene unas oscilaciones de relieve terribles. Hoy he subido con la lengua fuera y un paso alpino al borde de las fuerzas, pero luego he tenido bajadas donde apenas podía contener la caída con los bastones. De manera que sí, es cierto de subes, pero cada día comienzas desde mucho más abajo de la cota alcanzada en el día anterior.
3.- Las tormentas. Esa es la otra: una tormenta desde tu pisito en la ciudad puede ser molona, pero no nos engañemos. Cuando te coge una tempestad con truenos, rayos y lluvia furiosa en la mitad del mar o del monte la cosa cambia mucho. Es el momento en que, tonterías aparte, te das cuenta de que entre el cavernícola primitivo y el ciudadano actual la cosa no ha cambiado tanto, y hay anclajes del cerebro que todavía te hacen temblar y buscar a un brujo que pueda tranquilizarte (no suele haber ningúno a mano..)
Así que corriendo corriendo.
Es igual. La belleza persiste y, a estas horas de la siesta, apenas puedo recordar un momento de desfallecimiento de los que seguro que ha habido.
He de confesar que estoy solo en un hostal de lujo y, tras haber comido de maravilla, estoy leyendo la prensa y viendo la tormenta a través de las cristaleras con un gin tonic en la mano y dejando pasar la tarde.
Si la belleza de los lugares no decae demasiado, y no lo hará, seguirá valiendo la pena.