jueves, 7 de abril de 2016

Reyes de Alejandría

Intentábamos, a través de la música, educar una sentimentalidad maleducada, formar una sentimentalidad malformada. Se vivía dentro de la música porque no se quería vivir fuera. No digo fuera de ella, digo fuera. 
O de otra manera: queríamos que el interior de la música contagiara, ocupara, impregnara el mundo de fuera. Que estableciera sus reglas, si es que podía hablarse de reglas cuando no queríamos ninguna. Y vivir así en él como nosotros deseábamos que fuera la vida. Y lo creímos posible.
Lo de menos era que la música fuera de Moustaki, Cohen o los Rolling. O no, no era lo de menos, pero existía también una parodia de la sentimentalidad y en esa parodia había a veces más verdad que en el Deutsches Requiem de Brahms. Me refiero a las sinfonolas. A los bares del extrarradio y los tugurios del barrio chino o los cafetines cercanos al mar donde corría la cazalla. 
Te estoy amando locamente, de Las Grecas, Algo de mí, de Camilo Sesto, El gato que está triste y azul, de Roberto Carlos, Bella sin alma, de Riccardo Cocciante, o We shall dance, de Demis Roussos, no son sólo títulos y nombres. Fueron enseñanzas."


Qué acerado retrato de un tiempo, un lugar y un grupo de gente. No todo él es fácil de leer, pero entra como un escarpelo.


Como decía el grande de Jaume Sisa: “Fue bonito, y creo que estuve allí

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