martes, 30 de agosto de 2016

Londres

Esto es como el de los famosos vascos "¿Vamos a setas, o vamos a Rolex?". Se iba a lo que se iba, y en tres días no puedes despistarte mucho.

LAS SETAS: La exposición de Hockney cumplía con las más altas expectativas. Naturalmente, no es lo mismo ver todos esos retratos en la pantalla del ordenador que a dos palmos de tus narices. Entonces es cuando dejas de ver para empezar a descubrir, separas al pintor del dibujante, te adentras en lo que representan los modelos.... y la cosa es interesantísima. Le di un par de vueltas, y creo que le habría dado dos más con calma.

Y, en el terreno de las sorpresas, en la Tate British han montado una macro exposición sobre A Walk Through British Art que incluía una sala solitaria dedicada a los retratos dobles de David Hockney, solo tres o cuatro y en formatos grandes, pero entre los que estaba uno de mis favoritos con sus padres juntos, que luego repetiría hasta la saciedad por separado. Sin embargo no pude dar con la enorme pintura que cedió hace unos años a la galería de los Bigger Trees Near Warter, parece que andaba por ahí de gira. Ya caerá.

Sí cayeron algunos libros, aunque no piqué con la cantidad del tentador merchandising del artista, como una preciosa bufanda de su época pop por 40£; como decía la zorra mirando a las uvas, tampoco hace tanto frío en Almería como para comprarse una bufanda.

LOS ROLEX: Por más veces que hayas estado en Londres por turismo o por trabajo, si no vives allí difícilmente sales del centro. No es que el centro se quede corto, de ninguna manera, puedes dedicarle todo el tiempo del mundo a revisitar Chelsea o el Soho sin dejar de descubrir cosas, pero esa ciudad ofrece muchas más joyas.

La última vez nos dedicamos a Winbledon y a la Little Venice que hay entre Candem y el Regent's Park, y en esta ocasión hemos tirado también de un barrio al sur y otro al norte del río; muy muy diferentes.

Brixton le ha dado un buen lavado cara a su mala imagen conflictiva de hace unos años para ser un delicioso paseo por África o el Caribe. Los centros vecinales, las tiendas y los mercados son verdaderamente deslumbrantes.


Y Clerkenwell, a falta de un paisaje urbano especialmente bonito, gana con su paisaje humano regenerado por gente joven, ingleses y blancos (atributos que pensé que no se daban juntos tanto en esta ciudad) y que tienen el gusanillo de las terrazas al salir del trabajo tan metido en la sangre como los mismos madrileños. Impresionante.


Claro que es imprescindible pasar por el centro-centro, pero no es ninguna experiencia agradable.
  • Primero por los miles de obras por todas partes, mucho derribo y reconstrucción más que obras de infraestructura, lo que me hace dudar sobre el cambio de imagen de Westminster plagado de nuevos "edificios de arquitectos" en acero y cristal para oficinas. Visualmente dudoso y con más saturación aún de gente. No sé qué pretenden con el Southwark, pero es un bosque de grúas.
  • En segundo lugar, el turismo de masas que se mueve como hormigas en cuanto una calle, tienda o monumento sale en las guías. Desde nuestro hotel en Mayfair era casi inevitable pasar por Regent y Oxford para ir hacia el norte, pero son completamente intransitables. Total para pegar la nariz en Zara, H&M, Desigual, Burberrys... lo que puede encontrarse en cualquier centro comercial de cualquier ciudad grande del mundo.
Y son cortos los turistas masivos o se leen malas guías, afortunadamente, porque bastará con subir y bajar por la primera paralela a derecha e izquierda para ver lo que, con toda seguridad, no tendrán en su pueblo:
Por la izquierda, Savile Row, donde puedes reimaginar el Rooftop Concert que aquellos cuatro chalados montaron en la azotea de su estudio Apple Records, y que nos dejó el Get Back como su última grabación juntos. La docenas de sastres y zapateros victorianos con obras perfectas, uno tras otro, que siempre me hacen pensar en quiénes quieren y pueden comprarse esas maravillas para usarlas cada día. Y junto a ellos, la divertida historia de la implantación en esa calle de Abercombie & Fitch.

Por la derecha hay callejones de ladrillo oscuro maravillosos, calles y placitas con docenas de pubs, talleres de artesanos y pequeñas boutiques donde perderse. Pero no lo diremos muy alto, que ya hay bastante bochinche alrededor de Carnaby Street.

Patear y patear. He registrado días de 22 Km por calles, lo que no está nada mal, pero es que ese miedo que va calando en los viejos me hacer huir de aglomeraciones, y el metro es una de ellas, donde una Oyster Card de 10£ tampoco da para mucho.  Si no fuera por todo esto, y moviendo el viaje un par de días en el calendario, se podría haber hecho coincidir con el Carnaval de Notting Hill, que no suena nada mal.

Ha sido un bien viaje, desde luego

lunes, 15 de agosto de 2016

Hockney


Esto es como cuando, en 1975, escuchas por primera vez el Born To Run de Springsteen y te quedas colgado del rockero. Le sigues, tienes todos sus discos, no te cansas de ver sus vídeos y te sigue gustando cuando se pone con baladas, hace folk rancio y hasta música celta. Te parece un genio incluso convirtiéndose en una institución y dando conciertos en la Casa Blanca con Obama.

Un día te enteras de que da un concierto en el Palau Sant Jordi y te gastas una pasta para ir a verlo.

¿Algo nuevo? No realmente ¿Tiene algún sentido? Pues no lo sé.

Probablemente todo

Descubrí a David Hockney también por aquella época. Me maravillaban sus acrílicos, las piscinas de California, sus dibujos a lápiz, la forma de entender el pop, el revelador paso a los collages fotográficos y su vuelta a los grandes formatos con los paisajes de árboles ingleses. También es ya una institución, y monta ahora una exposición de "86 Retratos y una naturaleza muerta" en la Royal Academy de Londres, y allá voy perdiendo el culo para verla.

Naturalmente, todos los cuadros de esta exposición ya están en internet. He leído todas las críticas y las reseñas, las entrevistas con los retratados (otra vez Celia Birtwell, no sé cuántas veces la habrá pintado ya). Puede decirse que tengo una buena idea del evento, pero... el contacto sensorial con cosas subjetivamente importantes es casi imprescindible.

Es lo que tienen los mitos ¿qué será?

Supongo que, en la medida que los tenemos tan ligados a nuestras cosas básicas y profundas, reforzarán nuestras señas de identidad, y de esa identidad no excluyente que permite circular el aire libremente entre sus piezas. De alguna manera, los mitos mandan, pero también somos nosotros los que los subimos a sus altares y no nos cuesta gran cosa derribarlos de tal posición cuando la deriva (la nuestra y la de ellos) sigue cursos divergentes.

Los mitos están ahí, y sentirlos como algo propio nos da fortaleza; es como si, de alguna manera, nos contamináramos de sus valores y así nos pareciera que somos mejores.


martes, 9 de agosto de 2016

Ahí lo dejo


"La ausencia de fuego hace que se acumule peligrosamente material inflamable"



Es interesante, a veces sorprende con revelaciones.

También es largo y con frecuencia farragoso, pero vale la pena