sábado, 30 de noviembre de 2024

Decencia y Elegancia

Ya, ya sé que son palabras un poco pasadas de moda, y que sus definiciones pueden tener bordes un poco difusos. Sé también que ésta es, probablemente, la peor manera de empezar a hablar sobre conceptos y principios. 

No tengo por qué excusarme pero, si fuera necesario, diría que es porque no tengo ganas de romperme la cabeza con aspectos muy formales cuando lo que me hace enfrentarme a un papel en blanco es algo muy parecido a la náusea.

Es la sensación que me viene tras leer los periódicos cada día, de pulsar opiniones aquí y allá, de escuchar accidentalmente conversaciones sueltas de la gente con que me cruzo. 

Me siento expulsado de un mundo que creía más o menos conocer a la escala minúscula de mi vida, pero expulsado no ya por obsoleto o caduco, que tendría su razón de ser, sino porque he perdido el hilo para poder entender qué está pasando y por qué; o peor aún, para poder aceptar esta realidad y sentirme parte de ella.
 
Para aclararlo voy a explicar qué es lo que entiendo por cada una de estas palabras en su contexto social: 
  • La DECENCIA es lo que nos hace obrar con las cartas boca arriba, hacer lo que se dice y decir lo que se piensa. Es cumplir los compromisos y argumentar los cambios de opinión. Es mantener firmes los criterios sobre prioridades, no conformarse con lo que no sea lo mejor.
  • La ELEGANCIA va mucho más allá que cuidar la formas, que se da por supuesto. Elegancia es no perder los nervios, es convencer antes que imponer, es argumentar lo que se defiende. La Elegancia es estar dispuesto a renunciar, es la empatía y el reconocimiento. Es saber cuál es tu papel y obrar en consecuencia.
Con DECENCIA y ELEGANCIA las personas siempre estarán antes que los grupos, la bandas o las sectas, y no eso lo que estoy viendo. 

Creyendo en estas definiciones personales sin pulir, y tomando tales conceptos como valores a los que aspirar ¿qué veo cuando abro la ventana? Pues no solo nada parecido sino una voluntad casi furiosa por ir en contra de ellos. Desde luego que no soy yo el ejemplo de la persona decente y elegante que debiera, pero sé al menos que es ahí donde debo tender y me lamento cuando fallo, aunque falle con frecuencia.

Cuando este es el ambiente que se respira durante mucho tiempo tanto en situaciones trascendentales como irrelevantes, empapando toda la actuación humana, llega el momento en que el desánimo queda superado para convertirse en desesperanza, y se me hace sobrehumano el esfuerzo necesario para iniciar una cruzada o, al menos, para ir desmontando una a una cada mierda que se cruza en mi camino.

Ya sé que la DECENCIA viene dada por un compendio de genética, educación, experiencias e interacción con ciertas personas, y que la ELEGANCIA es más cultural, más manufacturada, casi siempre como consecuencia de algo o alguien que nos ha impactado particularmente como para sumarnos a su “estilo”. También sé que otra manera de adquirirlas es a hostias cuando se supone que deberíamos tener ciertas dosis de ambas y no hemos pasado la nota de corte, aunque no deja de ser una adquisición algo efímera. 

Si todo lo anterior fuera cierto parece que la conclusión es que somos individualmente incapaces de superar la degradación por nosotros mismos, que es necesaria la participación activa de ejemplos, líderes, demostraciones de que otro mundo existe, que es posible… y obviamente mejor. Si no tenemos enfrente a alguien con quien compararnos es difícil darnos cuenta de nuestras propias carencias para superarlas.

Claro que tenemos potencial, tenemos la inteligencia, pero sin este contexto general el uso de la inteligencia puede tener una deriva bastante errática, como cuando se reivindica la libertad obviando que ha de estar guiada por la justicia. No, la inteligencia no tiene nada que ver con la DECENCIA y la ELEGANCIA y nos sobran ejemplos de lo contrario porque tales valores son incorporaciones a nuestro carácter (nuestra moral) y son independientes de los recursos intelectuales. 

El caso es que contemplo todo esto con un sentimiento nada heroico, porque no se puede presumir del hastío y del fastidio ¿Hay algo más empobrecedor?


Hombre joven en la ventana
de Gustave Caillebotte

martes, 8 de octubre de 2024

Toscana

Hay tantísima belleza por metro cuadrado que se entiende el mítico "Síndrome Stendhal"

En Florencia está TODO, y rezuma esa obsesión por atesorar, conservar y cuidar las cosas hermosas. La propia ciudad, si la despojamos de sus monumentos y colecciones ya es bellísima. 

Parece que la temporada baja es solo noviembre, enero y febrero, y estar aquí a mitad de octubre es compartir este espacio con demasiada gente. Ya he tenido ocasión de hablar sobre el turismo depredador y la tentación de creerse un elegido, pero es una lastima comprobar como la masificación resta autenticidad incluso a lugares con éste, y como la actitud de muchos visitantes es más compulsiva que interesada por conocer o descubrir.

Pero es lo que hay. La verdad es que, exceptuando el David de Verrocchio, tampoco venía con interés por entrar en museos o subir monumentos. Disfruto deambulando por la ciudad y curioseando rincones sin más ambiciones, al fin y al cabo, casi todas las obras de arte las tenemos más que vistas.

miércoles, 8 de mayo de 2024

Paul Auster

A lo largo de los últimos 30 años he tenido momentos de casi levitación con todo lo que he leído de este poeta (así se consideraba él, antes que narrador)

Auster tiene ese mérito tan común entre mis escritores favoritos de hacer que algo fantástico, o fantasioso, se inserte en la historia como un hecho normal que no llama particularmente la atención. 

Cuando la fantasía te parece normal es porque el artista te ha elevado a ese nivel superior donde tu ser se despega de la cotidianidad humana. Si ese artista lo hace como Paul Auster, sin estridencias ni fuegos artificiales, entonces puedes estar seguro de que te llevan de la mano a mundos ilimitados. Ahí ya todo es posible. 

Es posible llorar como hice una noche con el cuento de Navidad de Smoke, es posible volar como con Mr. Vértigo o desdoblarse como en La Música del Azar, ese azar que en Auster tiene el protagonismo que frecuentemente no sabemos identificar en nuestras vidas.

Se ha marchado de este mundo en unos días en que también se han ido otras personas cercanas, y por eso se incrementa la sensación de las pérdidas irremplazables.

Una vez más, tristemente, uso esta plataforma de homenajes para despedirme de un maestro y agradecerle los momentos que hemos compartido para disfrutar y hacerme crecer.