sábado, 7 de marzo de 2020

De Sevilla a Faro

Se puede hacer en una hora y media, a mi me ha llevado ocho.


Y es porque parece que en Portugal las cosas me salen muy despacio, paseo Tavira como si arrastrara los pies, paladeando cada piedra y cada teja, y luego el camino hasta Pedras de El-Rey ha sido un espectáculo muy emocionante.


Toda la barrera de arena paralela a la costa forma un conjunto de islas super protegidas, donde se han cuidado muy bien de no poner accesos (excepto por un estrecho puente peatonal lejos de todo) y donde no solo no se puede entrar con coche, sino tampoco con bici ni con mascotas. Hay que atravesar así una buena extensión de marismas en paralelo con el tendido de un trenet de via estrecha, pero tan estrecha como 60 cm, que debe funcionar en verano.

Caminar por una marisma siempre me sugiere estar en la nada, puede que sea por esos horizontes inmensos, por la amenaza de una arena que quiere devorarlo todo, por la biodiversidad aparentemente reducida. Es un escenario así me siento más intruso que nunca.

Pero al llegar finalmente a la playa inmensa y desierta me doy de cara con un "Cementerio de Anclas" tal vez colocadas, que no amontonadas, como homenaje a los pescadores de atún de almadraba. Parece salgo muy simple, pero tiene una monumentalidad sobrecogedora.


Se pueden pasar días pateando este paraje de Ría Formosa hasta que el corazón ya no quepa en el pecho.

Luego a Olhāo y sus docenas de bares de pescado y, para compensar de tal empacho de naturaleza, tierra adentro otra vez para meterme un gin-tonic rodeado de los excesos del Palacio de Estoi. Cuando los portugueses se ponen barrocos no hay quien los supere.



Acabo en Faro, que no llama demasiado la atención después de un día así, pero ya lo veré mañana con calma.

¿Más calma?

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