Ayer tooooda la tarde lloviendo, y también tooooda la noche. Pero a las 7:30 de esta mañana, de repente, alguien cerró el grifo y se convirtió todo en un día de esos luminosos y fresquitos que, cuando te asomas a la ventana, te preguntas: ¿Y por qué no nos vamos a Santiago?
Y eso es exactamente lo que estoy haciendo.
Travesías por pistas con muy buen suelo, algún chaparrón muy ocasional y, sobre todo, el placer de pasar horas por estos bosques.
No soy en absoluto un trotamundos, pero no he visto jamás bosques como los de Galicia. Los hay más frondosos, más grandes, más tenebrosos quizás, con más interés botánico o paisajístico. Pero, en lo que yo conozco, en ningún sitio aparece esa magia tan profunda que te hace ver, sin pestañear, a los druídas y las meigas recogiendo sus hierbas misteriosas.
Vas caminando por ellos sin ser consciente de los pies, las cuestas o la lluvia, solo los colores y los sonidos ¿Como explicar o exportar estas sensaciones?
Como una aparición, en un recodo sale un sitio minúsculo como el albergue A Pociña de Muñiz, en Vilar de Cas, que es de los rincones con más encanto que he encontrado en mis cuatro Caminos
Luego, mucho rato más tarde, miro el reloj y me doy cuenta de cómo he devorado la distancia hasta llegar en un suspiro hasta Lugo. Hay que tirar de fe, de mucha fe, porque lo horroroso de esta ciudad vista desde fuera no necesariamente se corresponde con el discreto encanto de su casco antiguo, y de eso es de lo que voy a disfrutar.
Por cierto, voy a meterme en un hostel/burbuja de esos estilo japo, a ver que tal.
Buen Camino
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