Nadie para contar las cosas profundas como el Lluis, esas cosas que, cuando las escuchas de su boca, te preguntas cómo se ha dado cuenta de lo que pensabas si no se lo habías dicho a nadie.
Y lo de los viejos (la vejez, para no decirlo como si fuera
algo que les pasa a otros) es algo que tendré que mirármelo algún día porque
¿qué es verdaderamente?
- Es algo físico, desde luego, y las pupas van aflorando poco a poco, sin pausa. Las pupas se curan, pero la bajada del listón sí que es notoria, y no deja de sorprender cuando crees que puedes seguir haciendo cosas que siempre has hecho. Y ya no puedes, desde luego que no, más vale asumirlo y obrar en consecuencia.
- Es algo anímico, y ahí puedo plantar batalla. No me rindo, no me resigno, no me acobardo. No se trata tampoco de ninguna cruzada, sino de seguir en lo que estaba porque no hay motivos para no hacerlo.
Sólo hay motivos para seguir creciendo, para aprovechar el nuevo tiempo recuperado, para ordenar recuerdos y experiencias y transformarlas en nuevas lanzaderas, son más y más recursos, más y más posibilidades.
¿Amarguras del pasado? Las hubo en su momento, claro que sí, pero son del pasado y, en el mejor de los casos, sólo habrán dejado alguna bonita cicatriz.
¿Tratar de recuperar algo? Déjame que me lo piense… pero casi
prefiero mirar a lo que tengo por delante que tratar de desandar y rehacer un
camino que ya no es el mío.
Es excitante estrenarse en esta nueva aventura. Como me
decía Juanpi, soy becario otra vez en un tinglado del que tengo muchísimo que
aprender.
EN LA TABERNA DEL MAR
En la taberna del mar está sentado un
viejo,
con la cabeza blanquecina, descuidada,
tiene un periódico delante porque
nadie le hace compañía.
Sabe el menosprecio que los ojos
tienen por su cuerpo.
Sabe que el tiempo pasó sin gozo
alguno,
que ya no puede dar el antiguo
frescor de aquella belleza que tuvo.
Es viejo, y bien que lo sabe. Es
viejo, y bien que se da cuenta.
Es viejo, y bien que lo nota cada vez
que llora.
Es viejo, y tiene tiempo, demasiado
tiempo para verlo.
Era, era cuando era ayer,
todavía.
Y se acuerda del “seny”, el
embustero,
como el “seny” le montó este infierno
cuando a cada deseo le oponía un “¡mañana
tendrás tiempo todavía!”
Y hace memoria del placer que frenó,
de cada amanecer de gozo que se negó,
de cada hora perdida que ahora
escarnece su cuerpo labrado por los años.
En la taberna del mar está sentado un
viejo
que, de tanto soñar,
se ha quedado dormido sobre la
mesa.
Luis Llach, 1977
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