martes, 6 de junio de 2017

De Olbeiroa a Muxía

Ahí está! Ese mar... como con los mejores amigos, muchas veces no te das cuenta de cómo lo echas de menos hasta que vuelves a verlo pasado un tiempo. Unos kilómetros antes de llegar ya lo estaba oliendo. Estar aquí, con esta costa tan impresionante y cargada misterio, con clima perfecto, ruido perfecto, luz perfecta... un verdadero privilegio haber podido terminar la tarde con casi una hora de sentada de blanquito. Seguro que no sabré explicarlo, pero tras unas semanas llenándome y llenándome, hoy sentía necesidad de vaciar. Es como el ritmo de inspirar y expirar.


Y jornada de reconciliación total con el Camino tras el fiasco de ayer. Desde las primeras e inciertas luces, el monte me ha parecido noble y sereno; nos hemos llevado bien durante ocho horas de caminata. Tan bien nos hemos entendido entre los dos que no me ha apetecido parar a tomar el segundo desayuno, y más que caminar parece que he estado paseando despacito y disfrutando de lo que me entraba por todos los sentidos.

Si no fuera por la mochila, seguro que habría paseado con las manos en la espalda, como esos jubilados que vigilan el desarrollo de las obras del barrio o el progreso de los jugadores de petanca.

Como colofón de la calma, en no me acuerdo que aldea he visto una hilera de mujeres sentadas al sol haciendo encaje de bolillos. Se reían cuando les decía que me transportaban a sesenta años atrás, y es que la mayoría de ellas no habían nacido hace sesenta años. Aviso de la actualización de este encaje: ahora hacen con él fundas para el móvil o para el paquete de Kleenex; bastante cursis, he de decir. Esto ya no es lo que era.

Son preciosas las leyendas de A Pedra d'Abalar, con su vida propia y sus movimientos llenos de criterio, y de todas las otras piedras de los alrededores. Luego, los cristianos hacen sus simplonas adaptaciones con lo de la visita de la Virgen María a Santiago viajando en una barca de piedra, pero pierden mucho respecto a las originales.


 


En Muxía tienes la sensación (palpable como una certeza) de estar en un lugar viejo viejo lleno de energías que empapan cualquier cosa. Comprendo que le resto poesía, pero las energías llevadas a todas las tabernas del puerto hacen una combinación excelente.

Bom Caminho




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