domingo, 13 de octubre de 2013

Wow!

Nunca más haré lo de ayer, cuando me permitía hacer resúmenes como si no me esperaran sorpresas.

He vuelto a pasarme de listo. Hoy he vuelto a dejar caer el maxilar y la babita. Afortunadamente, viajo solo y nadie va a inmortalizar mi cara de toli total ante más y mayores maravillas.


Durante toda la mañana he viajado muy muy alto, en una carretera que va alternando el negro más intenso de la tierra con la nieve más brillante que he visto nunca.

Luego me he metido en el infierno, sorteando charcos de barro hirviendo, chorros de humo que no siempre sabes por dónde salen y regatos amarillos o violeta que funden la nieve a su paso.

Después a la famosa catarata en la que todo el mundo se hace la foto junto a la masa de agua, pero no había casi nadie y demasiada nieve como para caminar al borde sin estar seguro de dónde pongo el pie, que uno ya tiene una edad.

Y de fin de fiesta... Por fin un pueblo con pinta de pueblo marinero! Claro, es donde llegó el primer vikingo, aunque no le homologaron el título porque solo aguantó unos meses. Se dedican a las ballenas; a cazarlas pero, sobre todo, a enseñarlas a los turistas, si es que viene alguno....

Y Almería ha perdido dos grandes exclusivas: Primero, el sol. He tenido todo el día ese azul hiriente que yo creí que solo se daba en mi tierra, pero que aquí produce unos reflejos tremendos en el agua y la nieve. Segundo, Laujar de Andarax. Tras pasar una semana entre pueblos con nombres impronunciables, por fin encuentro uno que me suena, aunque le han quitado lo del Andarax y lo han llenado de tildes y de puntitos. Me he tomado un café en el Laujar islandés para celebrado (no tenían licencia para cerveza, pero tampoco habría tapas)

¡Y qué maja es la 1 y qué buenos apaños me hace! ¿Para qué quiero que tenga arcén si yo no voy en bici? Le estoy cogiendo cariño a esta carretera

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